La insurrección libertaria y el <<eje>> Barcelona- Bilbao Cuanto llevo escrito sobre la situación de Cataluña durante la guerra, y los antecedentes recordados para mejorar la comprensión de los hechos, parecen demostrar que nuestro pueblo está condenado a que, con monarquía o con república, en paz o en guerra, bajo un régimen unitario y asimilista o bajo un régimen autonómico la cuestión catalana perdure como un manantial de perturbaciones, de discordias apasionadas, de injusticias, ya las cometa el Estado, ya se cometan contra él: eso prueba la realidad del problema, que está muy lejos de ser una <<cuestión artificial>>. Es la manifestación aguda, muy dolorosa, de una enfermedad crónica del cuerpo español. Desde hace casi siglo y medio, la sociedad española busca, sin encontrarlo, el asentamiento durable de sus instituciones. Las guerras civiles, pronunciamientos, destronamientos y restauraciones reveladoras de un desequilibrio interno, enseñan que los españoles no quieren o no saben ponerse de acuerdo para levantar por asenso común un Estado dentro del cual puedan vivir todos, respetándose y respetándolo. (...)El sistema borbónico, continuado y completado por la organización administrativa que los liberales moderados del siglo XIX dieron a España, duro más de doscientos años. O no significaba nada más que autoritarismo estéril y una apariencia de unidad, o tenía que ser el aparato necesario para una política de profunda y definitiva asimilación principalmente lingüística y cultural. Admitamos que una violencia sostenida durante dos siglos contra un hecho natural hubiera resultado a la larga ventajosa para toda España. Admitamos que en nuestro tiempo, habría valido más que todos los españoles hablasen una sola lengua y estuvieran criados en una tradición común, sin diferencias locales. Para ello habría sido menester que un estado potente, de gran prestigio, realizara una labor enérgica, tenaz, desde las escuelas. ahora bien, en España, durante una gran porción de esos dos siglos, el estado carecía de tales prestigio y poderío, y había pocas escuelas. (...)Para que el nuevo régimen catalán prosperase y se consolidara era menester cumplirlo con absoluta lealtad, en Barcelona y Madrid. Si desde la capital de España debía persuadirse a los catalanes que la autonomía no era una concesión arrancada a un Estado débil, importaba todavía más que en Barcelona supieran que cualquier extralimitación, o mal uso del régimen, desataría en el resto de España una reacción violentísima, no ya contra la autonomía, sino contra la propia Cataluña. Sería aventurado decir que el el tacto y la sagacidad necesarios para gobernar en tales condiciones han abundado en las dos capitales, lo mismo durante la guerra que antes de ella. Ateniéndome a los tiempos de guerra, es de notar que los movimientos políticos de Cataluña habían suscitado (antes de la insurrección de mayo del 37), grave descontento en el resto de España. En realidad, la opinión pública no conocía bien lo que pasaba en Barcelona. La prensa no catalana se abstenía de subrayarlas. Incluso se presentaba como <<avance>> de la República y otras tantas garantías de triunfo sobre el fascismo. No obstante la defectuosa información, el descontento existía sobre todo entre republicanos y socialistas y las gentes sin partido. Se estimaba comúnmente que el gobierno catalán además de sus obligaciones estrictas derivadas de las leyes, tenía una especie de deuda moral con la República y con los partidos que habían votado la autonomía, Viéndola destruida (porque a eso equivalía el transgredirla), se enfurecían, estimándolo como una ingratitud y una falta política de primer orden. (...)Recuerdo por conclusión, un incidente ocurrido en Barcelona en el verano del 37, poco después de perderse para la República todo el País Vasco. Ciertos personajes del gobierno autónomo de Bilbao, pasaron por Barcelona. Hubo demostraciones de simpatía entre los políticos catalanes y vascos. Con estupor y algo de risa por parte de las personas de buen seso, quedó proclamado <<el eje Barcelona- Bilbao>>. Esta caricatura significaba que los nacionalistas vascos y catalanes harían un frente común contra la política invasora de la República. Pero no todas las observaciones hechas sobre el nacionalismo catalán convienen al de Vasconia. El peso relativo del nacionalismo vasco en la política general de España era mucho menor que el catalán. El nacionalismo vasco, sin excepción apreciable, forma un partido de extrema derecha, de confesión católica. El clero, muy influyente, es nacionalista acérrimo.
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